Foto de Ángel Muñoz

miércoles, 20 de febrero de 2019

En el tambaleo

Tiempos inciertos para mi poesía. Los poemas se me licuan y no sé si envuelven alguna cosa, si hablan o si respiran.
En momentos como este se agradece especialmente esta visión, exagerada y generosa, del poeta portugués Fernando Cabrita hacia mis poemas. Me interesan especialmente algunas de sus observaciones porque a menudo las pierdo de vista, así que me aferro a algunas de sus opiniones como a un salvavidas con el fin de no hundirme del todo en estos rápidos.

Como está traducida automáticamente del portugués, hay algunas construcciones raras, pero lo esencial se entiende muy bien.



Desde las Entrañas, de Inma Luna
Un hermoso libro de poesía

Llevo años acompañando la trayectoria poética de Inma Luna. He estado adquiriendo y leyendo repetidamente sus libros, buscando comprender su ritmo, su forma de escribir, la forma en que moldea las palabras, su paleta de voces y de temas. Me acerqué a Toledo para asistir a su lectura, y a ana maria cañamares, en el laboratorio matadero. De esa ciudad. Y con convicción, corridos estos años, reconozco la poesía de Inma Luna, en su conjunto, como una de las grandes obras poéticas de la contemporánea española.
La Poeta de Madrid se sirve de una escritura siempre abiertamente íntima, a menudo convertida en carnal, visceral; y construye así un recorrido y una obra - aún en elaboración y a de -- profundamente coherente. Coherencia que persiste con el tiempo; y que se edifica con un rigor y una seriedad indiscutibles. No hay en la poesía de inma concesiones o despreocupción, al efímero o a caprichos feministas, ni desgarramiento o sueño gratuito. El camino poético es sólido, seguro. Cada verso es parte legítima del poema en el que se introduce; cada poema parte lídima del libro donde se incluya; y cada libro una pieza armónica y cohesionada en la obra que se va arrojar. Y siempre en ella están presentes, con naturalidad y sin esfuerzos, artificios o innecesarios gongorismos, el talento y la emoción que siempre corren a la par en esta poética.
En 2017 Inma luna fue una de las poetas que participó en el festival poesía al sur, en olhao, después de haber sido una de las escritoras a integrar, con poemas suyos, el n º 1 de los cuadernos poesía al sur, que por entonces Nacían. Inma traía ya entonces consigo un historial literario significativo: nada para cenar, que fue premio de poesía villa de Leganés-2005 y editado por lfc está en 2006; el círculo de Newton, editada por baile del sol en 2007 Y en 2014; no estoy limpia (edición de baile del sol en 2011 y 2015); existir no es otra cosa que estar fuera (edición de 2012); Está, en 2013; divina (baile del sol, 2014), y un vago temblor de rodillas en el corazón (Ed. Crecida, 2015); además de otros títulos en novela, narrativa y informes, y colaboración frecuente en blogs, revistas, antologías y cargadores literarios. A su llegada a olhao, más allá de traerme de Canarias los primeros ejemplares de mi el sermón de la montaña, que el mismo baile del sol editara a ese final de 2017, traía aún, que me ofreció, un ejemplar del libro Desde las entrañas, libro que es al mismo tiempo una pieza de arte gráfico, donde la poesía de luna es ilustrada por la pintora Zaida Escobar.
Es de este último libro que quiero hablar, ahora que sobre él he hecho ya varias lecturas que me permiten analizarlo sin ningún defecto de comentario que resultase de una lectura apresurada o menos cuidada. Y, de hecho, me reitero en la opinión que ya se ha expresado y que me ha resultado de los demás títulos de Inma que entretanto había leído
La poesía de Inma luna expone y expone. Pasan en ella las experiencias, sean las vividas, sean las imaginadas; pero siempre sin rechazar la presencia del círculo - a veces tan secreto y tan duro para que los poetas lo traten públicamente -- de la propia intimidad. Con Inma, sin embargo, el poeta no es el impostor de persona, sino baudelaire confesando o whitman compartiendo su propia vida, sus visiones, sus emociones. La íntima elmundodelavida.
Pero convertirse en poeta el personaje del poema, luna no habla sólo de usted. No es de esos escritores incapaces de superar el límite estrecho de sus pequeñas y tantas veces banales historias de vida; o que cuando lo hacen se quienes en usar la escritura como medio de venganza, de castigo de sí mismos, de remordimiento y disgusto o De autolesiones a despertar pena. No. Inma luna es de otra cepa literaria; y cuando habla de usted, habla de los demás; cuando relata los éxitos personales y íntimos, nos hace sentir que relata nuestros propios éxitos, nuestras antiguas experiencias, para siempre nuestras por amargas que hayan sido . Y la poesía de Inma, libre de remordimiento, de agastamentos, de rudo, nos reconcilia con nosotros mismos, cuando en ella nos revisamos y, al igual que la poeta, nos dimos cuenta que "nadie me ( nos ) conoce", ni el psiquiatra, Ni la taza de café, ni mis pestañas, como en ese poema que abre, con fuerte elevación, este desde las entrañas.
Nadie nos conoce. Ni nosotros mismos, como en ese hermoso poema de Cecilia Meireles, tan pessoano: " yo canto porque el instante existe / y mi vida está completa./ no soy alegre ni soy triste:/sou poeta./ hermano de las cosas escurridizas,/ No siento gozo ni tormento./
Cruzo noches y días / en el viento./ si disolución o se edificio,
Si permanezco o me rompo / no sé, no lo sé. No sé si me quedo / o paso./ sé que canto. Y la canción es todo./ tiene sangre eterna a ala ritmo./ y un día sé que estaré mudo:
- nada más ". (pero después, y sin embargo, en otro poema, dirá: " y aquí estoy, cantando.
Un poeta es siempre hermano del viento y del agua  deja su ritmo por donde pasa ".
Así es como se trata desde las entrañas. Poéticamente trata: de cada uno de nosotros. Y por las palabras de Inma, (re) encontrarnos con nuestro pasado, nuestra idiosincrasia, nuestra piel, nuestros ojos, todo lo que vimos, todo lo que nos marcó y que quedó en nosotros, viniendo de todos lados Y de todos los tiempos " como el viento en las casas de los puertas ". por eso hay que " tocarlo todo ", propósito anunciado en el segundo poema del libro con ese exacto título, y que es a mi ver el más formidable de los Poemas de esta obra, compuesta de formidables poemas.
É que verdadeiramente, di-lo a poeta, nadie nos conoce; e nem sequer nos conhecemos nós mesmos antes de conseguirmos essa lucidez de tocar tudo, de cada um “embadurnarse en el poema, en su saliva caustica”; mas também ir ao fundo do fundo do que somos. Como diz Inma: tocar tudo, beber tudo, provar tudo. “No basta con mirar/ hay que adentrarse en los pozos oscuros,/ en sus gritos./Morder el gozo, / babeantes/ inocularse el virus/ acariciar los aguijones/ rindiéndose el veneno./ Tocarlo todo (…)”. Porque como diz adiante, em Epi hemera, estaremos sempre entre “el desprendimiento y el aprendizaje”, tendo “en las manos el reflejo arqueológico de la memoria”.
La poesía se hace de palabras y emociones. Palabras justas y exactas, como cosas vivas; y emociones que palpitem como entrañas vivas. Desde las entrañas. Para que la poesía sea ella también, no un artificio, no un cadáver raro, pero como inma luna también ha escrito, una cosa viva. O al menos una cosa en la que vive.
Por eso esta poesía es grande y en algunos de sus momentos magníficamente superior. Respira modernidad y fuerza, sinceridad y emoción. Es cruda sin ser cruel; personal pero simultáneamente colectivo; original, pero fiscal de cuanto ya la poeta vino escribiendo antes, en una admirable secuencia (de que son mejores ejemplos todo el en el estoy limpia o de muchos de los poemas de divina); y fuerte en la Fragilidad que toda la poesía comporta. Y ninguna angustia, ningún spleen surgen que no sean resolubles por la esperanza, o por el amor amor, por el energía emocional y físico: " siempre que te me la vallas / mi cuerpo desprende olor a humedad / pero en como huelen los techos de las casas vacias / campana como el aroma salvaje de los manantiales " (poema que recuerda esta mantequilla a derretirse en doméstico, poema de 2005 constante en nada para cenar).
Y hay todavía en toda la obra una conciencia aguda y viva de la disolución del tiempo y del ser en el tiempo; pero también del crecimiento que cada experiencia trae; disolución y crecimiento que son inseparables, y que la poesía de luna utiliza como pilares del templo en Que se edifica. Una poesía sensible, casi gráfica, donde pasan olores, sensaciones, sabores y sonidos. Una poesía que palpita, animas, absorbente.
Inma Luna, desde las entrañas, consigue esa calidad que solo los grandes poetas alcanzan, de hacernos sentir físicamente el poema. Y de sentirlo con todos los sentidos, con todos los sentimientos del alma, en un proceso trascendente de confluencia de la palabra y de la emoción.
Y, si bien escrita por mujer, esta poesía no cae en el ridículo de los militantes militantes, que siempre hacen bajar la poesía al folleto y a la moda ocasional. Por el contrario, en inma luna existe una profunda y patente conciencia social; pero no se enrolla en nuevos maniqueísmos, en nuevas modalidades de, una vez más y para deleite de quien sin rostro gobierna el mundo, poner después a mujeres contra hombres y géneros contra Géneros, en un revanchismo tonto y tonto. La poesía de Inma al contrario, verdaderamente poesía que lo es, está sobre esas banalidades temporales y pasajeras. Su Escritura es femenina, claro, porque es escrita por una mujer. Pero es universal por ser escrita por una poeta. El tipo aquí importa nada y añade nada. La poesía importa todo. Y cada poema de Inma Luna, mujer y poeta, hace más por el reconocimiento del papel de las mujeres en la sociedad que decenas de poemas estereotipados o de declaraciones descabeladas de neo-Feminismos, que más no hacen que poner sexo contra sexo y género contra género , como si nada más hubiera discutido en el mundo y ahí, y sólo ahí, residiera la salvación de la humanidad.
Desde las entrañas es una edición de baile del sol; y las ilustraciones de Zaida Escobar son sublimes y hacen de esta edición, más allá de un marco literario por la poesía que contiene, una pieza artística preciosa.
He hablado desde las entrañas de Inma lumna. Hablé de una gran poeta, y de un gran libro de poesía.

Fernando Cabrita, febrero de 2019

jueves, 14 de febrero de 2019

sábado, 14 de julio de 2018

La poesía es un ser vivo


La poesía es un ser vivo y palpita. El pálpito de la poesía puede ser quedo, permanecer prácticamente silencioso, agazapado entre volúmenes en librerías y bibliotecas, en mesillas y dentro de cajones o bolsos. Otras veces su latido se eleva, es altavoz, contagio o barricada. Hay asimismo poetas que se quedan en casa, poetas que salen a la calle y poetas que convocan la poesía y le ponen una mecha para que prenda.
Algo así, lo último, es lo que he visto que ocurre en el festival Poetas en Mayo, que organiza en Vitoria-Gasteiz la profesora, poeta y actriz Elisa Rueda y al que he tenido la suerte de ser invitada este año.
A los 12 años estuve en Vitoria pasando un verano en casa de una tía mía que vivía temporalmente allí. Fue uno de esos veranos iniciáticos: allí aprendí a fumar con tabaco negro, patiné sobre hielo, me lancé desde lo alto de un trampolín, fui a un guateque en el que se escuchaban canciones de amor en euskera y las parejas bailaban lento y se besaban, paseé por el parque de La Florida, que en aquellos momentos me pareció inmenso y tomé mosto con una aceituna dentro.
Hasta que no he regresado a la ciudad en este mes de mayo, cuarenta años más tarde, no he sido consciente de lo sólidamente grabados que estaban todos esos recuerdos púberes. El mismo chirimiri de entonces me volvía a recibir y, junto a la fina lluvia, más de cien poetas convocados dentro del festival en una de sus actividades más masivas y junto a quienes empecé la aventura leyendo en los caños medievales.
Yo, que soy muy de patio de luces, que adoro esos microuniversos en los que se solapan las llamadas a la cena, con la ropa tendida, el sonido de los televisores, el olor a tortilla de patata y el cacharreo de las cocinas, desconocía por completo la existencia de estos espacios cuya función original fue la de recoger las aguas sucias que se arrojaban desde las viviendas. Ahora, rehabilitados y convertidos en angostos pasillos verdes, se convierten en espacios para recitales dentro del Festival de poesía. Bajo la lluvia, entre las plantas, los versos encuentran cauce.
Nos sentó bien la lluvia a los cien poetas y nos proporcionó la excusa perfecta para abrir cien paraguas morados en los que de nuevo los versos ponían su sello esta vez sumándose a una campaña contra la violencia machista que tendrá su punto álgido el 25 de noviembre.
Si digo que en Poetas en Mayo se prende la mecha poética, lo digo porque la llamarada se extiende por toda la ciudad y es la ciudad la que reacciona a esa onda expansiva demostrando un interés muy poco frecuente en este tipo de propuestas y que a mí me ha dejado maravillada. Creo que Elisa Rueda ha sabido tocar los resortes adecuados para que este no sea un festival de poesía para poetas sino un festival de poesía en y para la ciudad.
Las iniciativas y las complicidades que se ponen en funcionamiento consiguen que la ciudad respire y emane poesía durante casi un mes. De este modo, los poemas aparecen en los escaparates de más de un centenar de comercios de la ciudad, escritos por sus autores dentro de una propuesta denominada páginas de cristal; se recita en el tranvía, en los institutos, en los colegios, en los parques, en bares, teatros, centros culturales, cines, museos, portales… Ningún rincón se queda sin su dosis de poesía. Se recita en castellano y en euskera, en voz baja y con megáfono, con música y performance, poesía teatralizada y recitales intimistas, voces nuevas y consolidadas, poesía fonética o rap… Hay hueco para todo y, lo más increíble, todas las actividades convocan a decenas o centenares de personas.
Disfruté con todo lo que hice, pero ver cómo uno de mis poemas se horneaba en el interior de una hogaza de pan, de muchas hogazas de pan que se vendieron durante todo un día en una de las panaderías de Vitoria ha sido una de las experiencias más hermosas que se han llevado a cabo con mi poesía. Pensar en ese verso alimenticio, en la sorpresa de quien parte el pan en la mesa y saca de su interior el poema y lo lee mientras mastica la miga, la corteza, mientras moja la salsa, prepara el bocadillo al hijo o tuesta la rebanada del desayuno, me parece una metáfora perfecta de la siempre cuestionada utilidad del lenguaje poético, de la palabra nutritiva y crujiente.
Agradecida y admirada cierro el paraguas, resguardo el olor de la gente, la tierra y las palabras. Poetas en Mayo, Vitoria-Gasteiz, volveré.

Inma Luna

viernes, 17 de noviembre de 2017

Artículo sin opinión


Me dice Julio Castro que ya no escribo artículos. Le contesto que no tengo opiniones y me asegura que eso ya es una opinión. Lo dudo, pero escribo. Y es cierto; no se trata de ninguna impostura. Tampoco es cuestión de ponerme cínica o situarme en el, siempre mejor visto, privilegiado palco de los escépticos. No. Es una cuestión de salvaguarda, de alejamiento, de ablución. Nihilista me llamaba Julio ayer, que tenía interés en soltar el turnegeviano adjetivo y le facilité la excusa. Puede que un poco, sí, un poco de nada para que no me arrase el artificio. Un poco de nada porque hay demasiado de mucho. Una separación lo suficientemente amplia para ridiculizar lo que mirado desde tan cerca nos suena imprescindible. Desde este lejano punto de vista, la Tierra puede no parecer muy interesante, digo, sumándome a la reflexión de Carl Sagan, observando aburrida junto a él este punto azul pálido mientras me concentro en otros ritmos.

Escucho los latidos de mi cuerpo, de los cuerpos cercanos, los que hay que cuidar, los que nos cuidan. Sin muchas injerencias permanezco atenta a esas necesidades. Luego, me fijo en el hombre que pesca, en la mujer que saca los ajos de una tierra que decidió plantar; me fijo en lo que crece a pesar de la falta de lluvia, observo las mareas y a los niños que corren hacia nada, por el placer del juego.

Evito tener que cuestionar si lo que me interesa está justificado; si tengo que explicar de qué manera se adecúa a la nueva moral de quincalla; si soy lo suficientemente comprometida como para escribir en Facebook o en Twitter y seguir engordando mi calificadora imagen. Lo evito. Me alivia no tener que firmar alegatos coherentes. Poder contradecirme en el mutismo.

Así que sí, me alejo, desopino. No entro a debatir sobre causas ficticias, que nada tienen que ver con la poesía o los tomates (cosas que sí me siguen importando). La imposición de cánones en el escaparate, barnizados y huecos, me aleja con su fuerza centrífuga de análisis convencionales. Hay que aflojar. Liberarse de la mercadotecnia de la idea. Todo está en venta, disponible, y nos parece gratis. Ideología adulterada en la que sumergirse sin respirar. Gritar consignas feministas, independentistas, patrióticas o libertarias como hombres y mujeres anuncio. Enroscarnos en un discurso aprendido que nos convierte, al fin, en meros estereotipos de la simplificación.

Un apartarse lejos también de cualquier intención victoria o aplauso, para irme al cine, de paseo, escuchar música o abrazar a la gente que quiero; leer, pintar, escribir y quedarme mirando cómo pasa la tarde; cocinar o salir a cenar, darme un baño en el agua salada o quedarme en la cama, trabajar o pintarme las uñas. Hacer, pensar y decidir en un espacio de silencio en el que nada debe ser mostrado y sometido a evaluación. Instalarme en una bonhomía amplia sin importarme cuan ingenua pueda parecer. Callarme. De una vez.Me dice Julio Castro que ya no escribo artículos. Le contesto que no tengo opiniones y me asegura que eso ya es una opinión. Lo dudo, pero escribo. Y es cierto; no se trata de ninguna impostura. Tampoco es cuestión de ponerme cínica o situarme en el, siempre mejor visto, privilegiado palco de los escépticos. No. Es una cuestión de salvaguarda, de alejamiento, de ablución. Nihilista me llamaba Julio ayer, que tenía interés en soltar el turnegeviano adjetivo y le facilité la excusa. Puede que un poco, sí, un poco de nada para que no me arrase el artificio. Un poco de nada porque hay demasiado de mucho. Una separación lo suficientemente amplia para ridiculizar lo que mirado desde tan cerca nos suena imprescindible. Desde este lejano punto de vista, la Tierra puede no parecer muy interesante, digo, sumándome a la reflexión de Carl Sagan, observando aburrida junto a él este punto azul pálido mientras me concentro en otros ritmos.

Escucho los latidos de mi cuerpo, de los cuerpos cercanos, los que hay que cuidar, los que nos cuidan. Sin muchas injerencias permanezco atenta a esas necesidades. Luego, me fijo en el hombre que pesca, en la mujer que saca los ajos de una tierra que decidió plantar; me fijo en lo que crece a pesar de la falta de lluvia, observo las mareas y a los niños que corren hacia nada, por el placer del juego.

Evito tener que cuestionar si lo que me interesa está justificado; si tengo que explicar de qué manera se adecúa a la nueva moral de quincalla; si soy lo suficientemente comprometida como para escribir en Facebook o en Twitter y seguir engordando mi calificadora imagen. Lo evito. Me alivia no tener que firmar alegatos coherentes. Poder contradecirme en el mutismo.

Así que sí, me alejo, desopino. No entro a debatir sobre causas ficticias, que nada tienen que ver con la poesía o los tomates (cosas que sí me siguen importando). La imposición de cánones en el escaparate, barnizados y huecos, me aleja con su fuerza centrífuga de análisis convencionales. Hay que aflojar. Liberarse de la mercadotecnia de la idea. Todo está en venta, disponible, y nos parece gratis. Ideología adulterada en la que sumergirse sin respirar. Gritar consignas feministas, independentistas, patrióticas o libertarias como hombres y mujeres anuncio. Enroscarnos en un discurso aprendido que nos convierte, al fin, en meros estereotipos de la simplificación.

Un apartarse lejos también de cualquier intención victoria o aplauso, para irme al cine, de paseo, escuchar música o abrazar a la gente que quiero; leer, pintar, escribir y quedarme mirando cómo pasa la tarde; cocinar o salir a cenar, darme un baño en el agua salada o quedarme en la cama, trabajar o pintarme las uñas. Hacer, pensar y decidir en un espacio de silencio en el que nada debe ser mostrado y sometido a evaluación. Instalarme en una bonhomía amplia sin importarme cuan ingenua pueda parecer. Callarme. De una vez.

jueves, 16 de marzo de 2017

Temblor y gusanitos

Comecome
gusanitos con dientes haciéndome agujeros por el cuerpo, dentro.
Vuelven al pecho imágenes de áridos. Qué más quisiera yo que entibiar de algún modo tanta cueva.
Abrir respiraderos, aunque se me desgarre la piel, que entre también algo que ventile.
Sólo, sin embargo, se cuela la mugre, empecinada, terca,
machacadita se va diluyendo en las venas, convirtiéndose en bilis.
Ni yo me lo creía,
hablo del equilibrio, de cinturones de seguridad, hablo de cosas que me ayudaran en lo más renqueante.
Ahora veo que, desconscientemente, no me fijé ni quise,
así que es muy probable que tampoco sea justo pedir cuentas a nadie.
Somos temblor, no hay nada de sólido en lo humano.

Taller: Lánzate a escribir

Tienes cosas que contar. Y cuando lees piensas: ojalá me atreviese yo a escribir. Sin embargo, te parece difícil,  crees que no vas a encontrar las palabras, o no sabes por dónde empezar…

Este taller nace para ti.

Con este taller de seis semanas por internet perderás el miedo a las palabras, las convertirás en tus aliadas y te divertirás a la par que expresarás con ellas tus emociones, relatarás tus historias o, simplemente, experimentarás con la escritura.

Cada 15 días recibirás un tema por email que te animará a escribir con propuestas de escritura, que serán revisadas por la profesora del curso. Tomarás también un primer contacto con los diferentes géneros literarios (relato, microrrelato, poesía, etc).

Cada uno de tus textos recibirá la revisión personalizada de la profesora de este curso, la escritora y profesora de escritura creativa Inma Luna.

CURSO DE NIVEL INICIACIÓN: No es necesaria experiencia previa en la escritura.

Tiempo estimado necesario para seguir el taller online: 3 horas/semana.

Toda la información AQUÍ

lunes, 9 de enero de 2017

Me levanto a los cero grados en punto


Puedo imaginar que abro la puerta. Lo hago con una supuesta tranquilidad. Abro la puerta y respiro, absorbo aire que no huele a pescado, que no tiene el aroma a deshielo sanguinolento de mi congelador.
Me levanto a los cero grados en punto e imagino que este será el día en el que abra la puerta. Así que pongo todo en marcha. Imagino que me doy una ducha y que al principio es tibia y luego fresca, que me traspasa el pelo dejándome crujientes el cerebro y los rizos.
El desayuno, breve, lo imagino alargado y al sol mientras abrazo la taza de insípido café aspirando la nada.
Me puedo imaginar que abro la puerta, que los pulmones se sienten prevenidos, que saben que tendrán su alimento de aire renovado.
Voy de acá para allá sin levantar el culo del sofá, arrastro mantas, pero imagino que he salido de casa justo a tiempo para comerme la puesta de sol.
Imagino que abro la puerta, que hoy será un buen día, como mañana, para no tener miedo y dar la bocanada.