Foto de Ángel Muñoz

lunes, 31 de enero de 2011

El caldo de pescado del fin del mundo


Huele a sazón y, sin embargo, se respira escondite.
La revuelta del aire desprende los disfraces y abre el apetito.




Cualquiera es capaz de colgarse en la nada y perderse en la punta para siempre tal vez porque aquí cerca se prepara el caldo de pescado más glorioso de cualquier fin del mundo conocido.

No hay prisa. Un plato de queso majorero con vino del país alivia la impaciencia.

Si miras más allá, puede que pongas sal en todos tus recuerdos y te lloren los ojos.


Entonces se abre paso en su esplendor la esencia sabia de Neptuno, el pescado se deja bañar por el caldo largo, azafranado, perfume de comino y cilantro, la papa tierna y entera, todo el sabor, el sabor que busca el que lo ha perdido todo y llega al puertito de Jandía para llenar el alma a golpe de escaldón...
Porque tenemos silencioso a su lado el cuenco lleno de gofio de millo tostado, suavidad deseosa de ser remojada, cebolla acristalada que hace las veces de cuchara, puntillita de mojo cuando se quiere más, cuando se quiere todo y ya.


 Las espinas se van desnudando en el plato, se acaba el vino, se media el gofio, una olita tras otra  mengua el puchero que conservaba el templado del caldo.


Hoy no se toma postre para que la boca mantenga a buen recaudo lo que han hecho por ella, la suculencia del guiso y el espacio que ha ganado en el cuerpo.

Luego, en el aire, cantos de sirena por los tres costados.

Fuerteventura al límite.

En la Punta de Jandía, el caldo de pescado del fin del mundo.

viernes, 21 de enero de 2011

Carpaccio de aridez




La ausencia de sabor
la falta de saber
la cara vista de la piel
desprendiéndose en lascas
carpaccio epidérmico de la aridez.

Baja el volumen
se aniña
adormecido el seso
el hueso flácido.

Anestesia en las vocales
vacío matemático funcional
puro plástico.

Abro las agallas
por dejadez
conecto
con algo
rojo
que me tira del cuello
hasta el asentimiento.

Luego
vuelvo a aprender.
           No está todo perdido.
Dejo que los locos
entren en la casa
y sigan torturando
los renglones.

Los dejo entrar
les permito acabar con el vacío
que hagan algo de mí
algo conmigo.

Irremediablemente
ellos me habitan
y a golpe de chasquidos espasmódicos
desarticulan la títere que fui
aquélla que sumaba los ceros
y siempre le daba positivo.









miércoles, 12 de enero de 2011

Omar Pimienta me invita a un margarita en sueños y me desvela un secreto

Mi Anita Cañamares, siempre generosa, me prestó hace un par de semanas un libro de poemas de Omar Pimienta. Puse el libro sobre el mueble de la tele. Picoteé un par de poemas como quien coge una aceituna del frigo, una patata frita de la despensa, y no me supieron a casi nada. El libro siguió por ahí encima y yo a mis cosas. Hete aquí que el domingo por la noche, Omar Pimienta, a quien no tengo el gusto, se me presenta en sueños. Estábamos en un bar que a ratos era mexicano (como el propio Pimienta), a ratos cubano, los sueños son así de caprichosos y lo mejor es permitírselo. El caso es que mi disponibilidad económica era en el sueño de tres miserables euros y un margarita costaba, según la carta, cinco. Preocupaba andaba yo con mi excasez de pasta cuando el poeta me pregunta: "Tú, Inma, desde dónde escribes". Dejando de rebuscar un momento en mis bolsillos y con aire bastante convincente le respondí a Pimienta: "Desde la vida, yo escribo desde la vida". Y me quedé tan ancha. Pero el poeta insistía: "Concréteme, más, mamita" (él también se volvía cubano de vez en cuando). Categórica a inesperadamente para mí, le respondí aún con más convencimiento: "Escribo desde la inquietud".
"Eso está mejor", me contestó Omar, "apúntelo y no lo olvide, hay que saber desde dónde se escribe para empezar a entenderse".
"Más bien para empezar a perdonarse", me dije a mi misma.
Saqué un bolígrafo de tinta verde de mi onírico bolso y lo apunté en una servilleta del bar cubano/mexicano. Omar Pimienta me invitó al margarita, saladito y picoso.
El lunes, por primera vez en mi trayectoria laboral, me dormí y llegué tarde al trabajo pero, sin duda, había merecido la pena.
Después de invitarme a la copa y mostrarme, si no el destino, al menos la larva de mi discurrir literario, qué menos que darle una oportunidad al libro de Omar. Me lo llevé a la cama al día siguiente (el libro). Cuando leí el título comprendí el guiño: Escribo desde aquí.
Entré en su casa, me presentó a sus padres, a sus abuelos, la herida que le dejó el adiós de su sobrino, las migrañas de su mujer, sus hermanos, la infancia, el árbol de su memoria, la pobreza, la huida..., todas las fotos de la familia en retratos sutiles, dolorosos, volcados.
Gracias Omar Pimienta, gracias por tantos extraños y fabulosos regalos.

Isaac vivió toda la vida en la casa de madera
que construyó su padre

a un costado de la casa de cemento y el taller de herrería
que construyó su abuelo

ahora descansa en la caja de madera
que le construyó su padre

sobre la caja en que descansa su abuela

cuando piensas que ya puedes morir a gusto
comienza a morir la gente que uno más quiere

no sé a qué quiero llegar
no sé por qué escribo

tal vez sólo me niego a creer lo que todos me dicen:
                                                                              no hay palabras.


(Escribo desde aquí, Omar Pimienta, Pre-textos, 2010)

lunes, 10 de enero de 2011

En los Diablos Azules... día 11

Carlos Salem ha tenido el detalle de invitarme, espero vuestra compañía...

Martes, 11 de enero, desde las 21:00h.

Los Diablos Azules, Apodaca, 6, Madrid

Luego... súper jam session

domingo, 9 de enero de 2011

Debilidades



Hay ratos en los que parece que esto no da para más. La casa huele a puchero y a perro mojado. Busco alguna manera de reconquistarme, las sílabas repetitivas tampoco ayudan mucho. Recurro a singulares distracciones: limpiar los calamares, ordenar artilugios de limpieza, buscar sitio a las cosas inservibles... Hay ratos de limitada y débil desolación. Hay ratos en los que miro alrededor sin que nada me deje estupefacta. Entonces me tienta la pereza, la lúdica tarea de huir de las historias. Quiero tumbarme y ovillarme, volverme irreflexiva y respirar el espeso y dulce aroma de la estulticia.

miércoles, 5 de enero de 2011

La inquietud es fructífera

En el último trimestre del año diez de esta rara década a la que hemos dado carpetazo hice un intento. Apagué los motores. Hubo silencio. Me deslicé por su curva. Con toda la voluntad en equilibrio disolví pesadillas y obtuve calma chicha. Me sentó bien, como un baño templado, como una caricia en las meninges. Perdí en el vuelo a vela algo de intensidad, el color de mi falda se fue difuminado.
Ahora los mordiscos en el pecho, la frialdad en la punta de los dedos, tienden a provocarme. 
Puede que sea inútil crear desde el sosiego. La inquietud es fructífera.

sábado, 1 de enero de 2011

Menú de azules


El sol entra radiante y colorea toda la casa, la satura. La música que regala Viena para desayunarse el año también parece refulgir; Franz Welser-Möst va desgranando con soltura los Strauss que alimentan como suave mantequilla sobre el pan incipiente de enero.
Lejos de los balances y los propósitos hay un insecto melancólico que zumba en el estómago como una pesada digestión.
En el menú del día hay descompensación emocional.
Sólo es cuestión de ángulos. De hacerse con el rincón preciso desde el que al observar se aprecie ese contorno, el de la nitidez, la clave de la importancia.
Si consiguiera dibujar el paisaje siempre desde ese punto no dejaría jamás de divertirme.