Foto de Ángel Muñoz

jueves, 10 de enero de 2008

Dolor, viaje, caída, volición

Hace más de cuarenta horas que me duele la cabeza. Me duele sin parar. Está el dolor como un gran punto negro situado unas veces en medio de la frente, otras veces en la sien izquierda, baja hasta las muelas y retorna, bascula y me deshace.
Duele.
Tomó café solo, se entreabren los ojos. Me llaman algunas personas por teléfono. Hablo con voz de desdoblada.
Tengo intereses limitados por las cosas lógicas debido a la falta de concentración. Me gusta, sin embargo, recorrer otros hilos conductores aletargados, insignificantes, rellenos de una vida de incógnitas doloridas. Este viaje es fruto de la hipersensibilidad de mi sistema nervioso, que está haciendo chispas y me lleva hasta espacios insólitos. Un proceso de malas digestiones por diálogos con madre ansiosa, con hija de hormonas al límite de su resistencia..., y mientras yo, en el medio de algo redondo, comprendo sólo el interior físico de las palabras, las abro como un huevo, metiendo el dedo en lo blandito y sacándolo cuando siento el mordisco.

Leí ayer este poema que ha colgado David en su blog, este poema de C.K. Williams y lo entendí como si entre sus líneas se descolgasen verdaderos abismos, un verso, una caída, un verso, una caída.

Un impulso, un capricho, sin haberlo pensado antes, casi tampoco
en el momento de hacerlo…
No, más que un impulso, un capricho, la chica sabe bien lo que está haciendo,
la chica lo hace con sentido, quiere decir algo,


(caída)

no se siente ella, no es la persona que es realmente, y el motivo,
se da cuenta de repente,
es que todo está demasiado premeditado en su mundo, demasiado trazado previamente, demasiado planificado,apenas hay personas auténticas ahí donde está,
o si las hay, no es su caso, no del todo, un ser suplantado, que vive su propia vida, aparentemente

(larga caída)

El impulso del salto, sin pensar, decir ahora, romper, caer. Mi vida. Tanto tiempo sentada en el borde de cualquier cosa y, de repente, querer decir algo y, sin pensarlo, saltar.

Y la chica recuerda, en ese instante infinito que le devuelve tantos otros instantes,
el dolor que sintió una vez, sin apenas ser consciente de ello, sólo por habitarse a sí misma.

Veo las cosas ciertamente desenfocadas, todo da menos miedo así, con los párpados caídos, atisbando a través de las pestañas, con la difusa luz de la jaqueca y las drogas inútiles.

Sí, la chica se tira, una caída absurda, baja a la tierra con el impulso de atraer
hacia sí todo ese tipo de caídas,
debe entender que es absurdo,
aunque la chica cayendo no sea mi yo, o aunque lo sea,
pero un yo que atraigo en mi propia volición hacia mí mismo(a).


Podría tirarme, podría saltar ahora.

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