Foto de Ángel Muñoz

jueves, 6 de diciembre de 2007

Ciudad de México y su incompatibilidad con la paella

Salimos para México el día 14 de noviembre, como si fuésemos en busca de Benno Von Archimboldi , Uberto Stabile, Antonio Orihuela, Ángeles Alonso, Antonio Vizcaya, Tito Expósito y yo misma. Íbamos dispuestos a compartir días de ruta, poesía y tequila. Compartimos todo eso pero los viajes nos llevan siempre más allá de lo que teníamos pensado y a cada uno le cambian por dentro de alguna manera. Cambia también la forma en que vemos al otro, en el que se refleja siempre algo de lo que nos gusta y de lo que no de nosotros mismos. Todo es aprendizaje.

Los días han sido tan intensos que alteran el orden cronológico en mis recuerdos, así que irán saliendo de cualquier forma, eso carece de importancia.

En el aeropuerto de Ciudad de México nos esperaban Alejandro Zenker y Nora Hernández.
Arrastrándonos llegamos hasta el hotel Imperial Reforma en el centro del DF. Ya había anochecido y recuerdo del viaje en coche desde el aeropuerto la primera impresión que me produjo la ciudad, latiendo como un gran animal a través de sus miles de anuncios publicitarios del queso que todo el mundo come, de las mejores carnitas y tacos, las clínicas de estética y la globalizadora madre cocacola.
Acostumbrada, sin embargo, a las calles de de Madrid, ni su tráfico me pareció tan caótico ni su contaminación más espesa que la que yo misma respiro cada tarde. La curiosidad y el deseo de exploración estaban asfixiados por las horas de vuelo y me dejé acunar en la enorme y decadente cama del Imperial por el ruido del tráfico y de un reloj que marcaba las horas al son de “Asturias, patria queridaaaaaaaaaaa….” hasta la mañana siguiente.

Fachada del hotel Imperial Reforma

Alejandro Zenker, Ediciones del Ermitaño, es el coeditor del libro De ronda en ronda, antología itinerante de poetas españoles en México, que, junto a la editorial Baile del Sol, nos han publicado a Orihuela, Stábile y Luna dentro de la colección Minimalia, un librito de 113 páginas que llegó hasta la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y del que ya os daré más detalles.



La cosa es que fuimos por la mañana a la casa/editorial de Zenker, que es un sitio precioso en el que Laura, su mujer, también fue una sorpresa de amabilidad. Zenker es, entre otras muchas cosas, un artesano del libro. Quiere llevar a cabo todo el proceso, que cada libro sea una obra mimada y viva.






Alejandro Zenker, Antonio Orihuela y Laura, en la editorial





Galería de la casa de Alejandro, donde se pueden ver algunas reproducciones de su colección de fotografías



...Y como Uberto y yo somos un par de cocinillas, el valenciano quiso preparar para esa misma noche una paella de las auténticas y yo me animé con unas tortillas españolas. Entusiasmados, nos fuimos al mercado a la busca y captura de los ingredientes. La peor parte se la llevaba Uberto, no había mariscos ni pescados que resultasen de su gusto, así que, al final, cambió el menú por un arroz de camarones.


Mercado de la colonia Roma


Ya era un poco tarde cuando pudimos empezar a cocinar, piqué las patatas y las puse a freír en aceite de oliva con unas cebollitas tiernas. Aquello no se ablandaba nunca. Los invitados daban cuenta de sus botanas (menos mal que en la casa de Zenker se prepararon buenos aperitivos, con cervezas mexicanas y vinos de Chile) porque la cocina no avanzaba. Yo aplastaba las papas con una espumadera a ver si se animaban pero ni se cocían ni tomaban el más mínimo color. Un poco agobiada, porque además Uberto me estaba esperando para ponerse con la paella (ya eran como las 11 de la noche), escurrí las patatas, batí los huevos y ¿cuajé? dos tortillas que no parecían tener muy mal aspecto. Las llevé hasta la galería, donde los invitados las recibieron con alborozo pero al partirlas las patatas salieron por un lado del plato, el huevo semilíquido se esparció por el otro y una ligera costra atornasolada flotaba sobre el conjunto. Dije que eran tortillas desestructuradas a lo Ferrán Adriá y me di al tequila sin hacerme responsable en ninguna forma de aquel desastre culinario.
Mi compañero no tuvo mejor suerte y una hora después apareció con un guiso de arroz y camarones que los amigos mexicanos alabaron pero que en nada se parecía a una paella. Uberto lo explicó muy claramente: si aquí no hacen paella ni tortilla de patatas, por algo será! Nos advirtieron algo relacionado con la altitud y los procesos de cocción pero el caso es que a partir de esa noche nos entregamos al chile con los ojos cerrados y abandonamos todo intento de colonización gastronómica.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

no creo que vaya a ir nunca a méxico porque mi compañero de viaje no es muy amigo de los trayectos en avión. pero desde luego que no me ha costado nada trasladarme con la imaginación a ese increíble mundo que describes. ya me he visto allí comiendo tortilla desajustada con un poncho de colores y un tequila en la mano. es sorprendente cómo puedes transmitir tantas sensaciones.
puede que a la próxima me apunte, eso sí, las tortillas en un tupper desde aquí.
besitos mimositos
la tata

Inma Luna dijo...

Pues ya sabes que yo a ti te llevo donde quieras, con la imaginación o en persona humana, je!.
Besitos de los mismos.

Anónimo dijo...

Qué bueno comprobar que sigues por el blogomundo.

Besos orgiásticos.